Yo antes era escéptico...
Era escéptico por la misma razón que hay mucha gente que se aferra a la religión, lo encontraba tranquilizador. Me sentía cómodo recitando las ideas de otros al cobijo de un colectivo que me respaldaba sin dudar. Apoyándome en la lógica materialista y en la autoridad que daba la posición del profesor, del científico que, apoyado en hombros de gigantes ha construido un paradigma de conocimiento sin fisuras por el que casi todo es ya conocido y basándome en estos principios siempre encontraba una explicación a cualquier suceso, por muy extraordinario que fuera, y cualquier respuesta que en mi mente sonara a lógica cartesiana aunque fuera en difícil de entender en mi visión de la realidad, porque ¿Quién soy yo para llevar la contraria a los científicos?. Y sin saber absolutamente nada de la mayor parte de las materias no me cabía ninguna duda de que estaba en lo cierto. Ya podía dormir tranquilo.
El mundo es mucho menos temible cuando no hay fantasmas que acechan en la noche.
Pero ya no me identifico con aquellos que perciben la ciencia como un sistema de creencias, limitándola con suposiciones que se han convertido en dogmas y que, bajo un criterio subjetivo, margina a la periferia de lo escépticamente inadmisible. Teorías como los campos mórficos, tratamientos médicos eficaces como la hipertermia, máquinas que desafían las leyes de la termodinámica como el EMDrive, que a pesar de carecer por el momento de una explicación científica completa tienen un uso práctico y una sólida evidencia experimental. Este tipo de comportamientos tribales ponen en cuarentena potenciales avances civiles y sociales en beneficio de los intereses de una élite que impone un pensamiento único para perpetuar el inmovilismo del statu quo en que vivimos actualmente.